miércoles, 3 de agosto de 2011

Schindler's List 1993 "LA LISTA DE SCHINDLER"

Schindler's List 1993 "LA LISTA DE SCHINDLER"


LA VANGUARDIA (5-3-1994) 
Apasionado por la historia que le había narrado Leopold Pfefferberg -propietario de una tienda de artículos de piel en Beverly Hills y uno de los "trabajadores esenciales" a quienes salvó Herr Schindler-, en 1981 Thomas Keneally entregó al editor su manuscrito de "El arca de Schindler" (Edhasa). Aquel mismo año, Steven Spielberg descubría un verdadero filón con "En busca del arca perdida", donde el arqueólogoaventurero Indiana Jones se enfrentaba a los nazis. Once años -y nueve películas más tarde, Spielberg plasma en soberbias, sobrecogedoras imágenes el libro de Keneally en "La lista de Schindler" (Ediciones B) y consigue -previo pago del peaje que suponía la decepcionante "Parque Jurásico"- una de esas obras que ennoblecen no ya la filmografía -atractiva, pese a sus meandros- de su autor, sino que confirma el poder revulsivo que aún conserva el cine cuando sabe conciliar ambición artística y empeño testimonial. Su opción para abordar el tema del genocidio judío -con precedentes que van desde su trivialización en la serie televisiva "Holocausto" a "Shoah", el impresionante documental de Claude Lanzmann- le permite conectar con el gran público, sin abdicar del rigor y la seriedad exigibles. El modélico guión de Steven Zaillian agrupa la historia en tres grandes bloques: creación del gueto judío de Cracovia, su desmantelamiento en una noche de terror y brutalidad, y los campos de concentración. En esta tragedia emerge la contradictoria figura de Oskar Schindler, el empresario alemán -mujeriego impenitente, gran bebedor, ambicioso-, que dispone de los judíos como mano de obra barata y termina por tomar conciencia de la monstruosidad que se produce ante sus ojos. "La gran masa del pueblo puede caer más fácilmente víctima de una gran mentira que de una pequeña", dijo Hitler. Especulador y negociante ("la diferencia entre el éxito y el fracasano es la suerte, sino la guerra", le dice a su sufrida esposa), Schindler se tragó las pequeñas mentiras iniciales para revelarse luego contra las grandes. Sus conexiones y sobornos, pero sobre todo el dinero acumulado sin demasiados escrúpulos, le sirvieron para "comprar" a sus trabajadores judíos y llevarlos a su nueva fábrica de Brinnlitz, de la que siempre saldría munición defectuosa. Incluidos en la lista de Herr Schindler, 1.200 judíos pudieron salvarse así de la "solución final". La película pone muy alto el listón desde sus primeras secuencias," con la presentación de Schindler, quien impecablemente vestido y con fajos de dinero en el bolsillo, acude a un cabaret frecuentado por los oficiales de las SS. Y Spielberg -esta es sin duda, y por varias razones, la película de su vida- mantiene el nivel, emociona, logra imágenes definitivas, como la del enloquecido oficial nazi que dispara contra la pira en que se consumen los cadáveres exhumados. Su apuesta por el blanco y negro -traicionado por el disonante epílogo en color del final- supone una posición ética y estética: el tono documental y la iluminación del cine expresionista alemán. Rehuye la tentación hagiográfica -hasta muestra la cara poco amable del colaboracionismo, con judíos que ejercen como policías de los suyos y en ningún momento incurre en la pornografia de la violencia hoy tan común en la televisión. Buen conocedor de los resortes emocionales y experto en la sintaxis fílmica, Spielberg sabe que una pistola reiteradamente encasquillada resulta más estremecedora para el espectador. Compleja y diáfana como los silencios y las miradas de Ben Kingsley -injustamente olvidado en las candidaturas de los Oscar-, reflexiva y dinámica como el Schindler magníficamente interpretado por Liam Neeson —con su perfil a lo Robert Mitchum-, Spielberg logra una película ejemplar, apasionante, memorable, necesaria por motivos obvios y que también atañen a los propios israelíes. BONET MOJICA 





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